viernes, 6 de febrero de 2015

Iglesia de Navas de Sobremonte

Se sitúa esta localidad de la Montana Palentina en el extremo nororiental de la provincia, dentro de la comarca de Aguilar de Campoo, de cuya cabecera dista 11 km, y a escasa distancia del cántabro valle de Valderredible. Desde Villanueva de Henares parte un camino vecinal, tortuoso y sin asfaltar que nos conduce al recóndito emplazamiento. La localidad se encuentra prácticamente abandonada y abocada a su desaparición, extremo éste especialmente preocupante en lo referente al edificio que nos ocupa, situado en un pequeño altozano y en avanzado estado de ruina. Frente a su fachada es visible una necrópolis tallada en un afloramiento rocoso compuesta por siete tumbas antropomorfas orientadas este-oeste (pies-cabeza), y un sarcófago exento, utilizado como abrevadero, de idéntica morfología. Otra posible necrópolis, más dudosa, aparece en otro afloramiento en el ángulo suroeste del edificio.
El silencio de las fuentes sobre el lugar de Navas nos hace suponer su escasa relevancia en los siglos medievales. Sabemos pertenecía a la jurisdicción de Aguilar de Campoo, apareciendo con solamente cuatro vecinos en el censo de pueblos del Señorío del Marqués de Aguilar del año 1708, según datos recogidos por Huidobro. En 1515 se cita la localidad como perteneciente a la vicaría de So el Monte (Sobremonte), dentro del arciprestazgo de Aguilar.
LA RUINA DEL EDIFICIO es relativamente reciente y se inicia con la despoblación del lugar a principios de los años setenta del siglo XX, condenándose el edificio al despojarlo de las tejas de su cubierta. A partir de aquí, los continuos saqueos, que afectaron al enlosado de la nave y a la portada, sitúan a la iglesia de Navas de Sobremonte en una situación de riesgo de total desaparición similar al padecido por los restos de San Pedro de Valdecal o de Granja de Villalaín, hoy prácticamente apenas ya un vago recuerdo.
Morfológicamente la iglesia -de la que desconocemos su advocación- se configura como un templo modesto de nave única, arco triunfal apuntado apoyado sobre pilastras y cabecera de testero plano, cubierta con bóveda de cañón apuntado que arranca de una imposta moldurada con filete y bisel. Muros y bóveda de la cabecera se levantan en sillería bien escuadrada, aparejo que corresponde a la caja muraría y añadidos, combinado en algunos sectores con sillarejo. Una pequeña ventana saetera abocinada, ligeramente descentrada respecto al eje de la nave, da luz a la cabecera. Las cubiertas, a excepción de la absidal, han desaparecido, aunque podemos suponer, dada la ausencia de elementos de refuerzo, que la nave se cubriría en origen con una armadura de madera a dos aguas. Adosado al costado meridional de la nave y posterior a la edificación de ésta, se sitúa un pórtico rectangular, sobre cuyo testero oriental se alza la espadaña, semiderruida y compuesta por dos troneras de medio punto, la meridional totalmente abierta y en inminente peligro de desplome. En el muro sur del pórtico se abre la portada principal, desmontada de modo intencionado y disgregadas las enormes dovelas del arco en el entorno del edificio. La decoración de estas dovelas es el único testimonio escultórico del templo. El arco apoyaba en jambas molduradas con capiteles corridos lisos y se compone su ornamento de una serie de tres grandes hojas de acanto de ruda talla en los salmeres, y sucesión de cavetos, nácelas y listeles siguiendo la rosca. Un segundo acceso al pórtico, de arco apuntado sin moldurar y hoy cegado, aparece semienterrado bajo la espadaña. Separa el pórtico de la nave un muro de torpe sillarejo con vano adintelado que en realidad está cegando un arco formero añadido en la reforma que en el siglo XVIII afectó al conjunto del edificio, y a la que podemos adscribir también la sacristía adosada al muro norte de la cabecera, el nicho que cobija un altar bajo arco carpanel en el lado del evangelio de la nave inmediato al ábside, así como la elevación de las cubiertas de nave y cabecera, que transformó la doble vertiente original por una cubierta a un agua. La observación del alzado oriental del edificio permite realizar una lectura clara de las fases descritas, a través de las rozas y rupturas de hiladas. Al siglo XVIII pertenecen también las pinturas murales que decoran, con dos líneas de guirnaldas, una cruz con cuatro estrellas e imitación del despiece de sillería, los paramentos internos de la cabecera. Sobre el dintel de la puerta de la sacristía aparece pintada la leyenda "ANO D 1759".
En definitiva, nos encontramos ante un edificio modesto y escasamente documentado, de características tipológicas propias de la fase transitiva del estilo románico y cuya cronología debe enmarcarse en la primera mitad del siglo XIII. Su proceso de deterioro y las características de su emplazamiento hacen suponer una pronta desaparición de lo que hoy ya son ruinas.
Texto: JMRM - Fotos: JLAO

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